domingo, 30 de enero de 2011

Sor Juana siempre tan precisa.

Dos dudas en qué escoger
tengo, y no sé a cual prefiera,
pues vos sentís que no quiera
y yo sintiera querer.

Con que si a cualquiera lado
quiero inclinarme, es forzoso
quedando el uno gustoso
que otro quede disgustado.

Si daros gusto me ordena
la obligación, es injusto
que por daros a vos gusto
haya yo de tener pena.

Y no juzgo que habrá quien
apruebe sentencia tal,
como que me trate mal
por trataros a vos bien.

Mas por otra parte siento
que es también mucho rigor
que lo que os debo en amor
pague en aborrecimiento.

Y aun irracional parece
este rigor, pues se infiere,
si aborrezco a quien me quiere
¿qué haré con quien aborrezco?

No sé cómo despacharos,
pues hallo al determinarme
que amaros es disgustarme
y no amaros disgustaros;

pero dar un medio justo
en estas dudas pretendo,
pues no queriendo, os ofendo,
y queriéndoos me disgusto.

Y sea ésta la sentencia,
porque no os podáis quejar,
que entre aborrecer y amar
se parta la diferencia,

de modo que entre el rigor
y el llegar a querer bien,
ni vos encontréis desdén
ni yo pueda encontrar amor.

Esto el discurso aconseja,
pues con esta conveniencia
ni yo quedo con violencia
ni vos os partís con queja.

Y que estaremos infiero
gustosos con lo que ofrezco;
vos de ver que no aborrezco,
yo de saber que no quiero.

Sólo este medio es bastante
a ajustarnos, si os contenta,
que vos me logréis atenta
sin que yo pase a lo amante,

y así quedo en mi entender
esta vez bien con los dos;
con agradecer, con vos;
conmigo, con no querer.

Que aunque a nadie llega a darse
en este gusto cumplido,
ver que es igual el partido
servirá de resignarse.

La fuerza en la insoportable levedad del ser.


FUERZA: En la cama de uno de los muchos hoteles en los que hacían el amor, Sabina jugaba con los brazos de Franz:
-Es increíble-dijo- que tengas esos músculos.
Franz se alegró por el elogio. Se levantó de la cama, cogió una pesada silla de roble por la parte más baja de la pata, junto al suelo, y la levantó lentamente.
-No tienes que tener miedo de nada-dijo-, yo podría defenderte en cualquier situación. Antes participaba en competiciones de judo.

Consiguió levantar el brazo con la pesada silla por encima de la cabeza y Sabina dijo:

-Es agradable ver lo fuerte que eres.
Pero para sus adentros añadió lo siguiente: Franz es fuerte pero su fuerza se dirige sólo hacia fuera. Con respecto a las personas con las que vive, a las que quiere, es débil. La debilidad de Franz se llama bondad. Franz nunca podría darle órdenes a Sabina. No le mandaría, como en tiempos hizo Tomás, que coloque un espejo en el suelo y ande encima de él desnuda. No es que le falte sensualidad, pero le falta fuerza para mandar. Hay cosas que sólo pueden hacerse con violencia. El amor físico es impensable sin violencia.

Sabina miraba a Franz, que caminaba por la habitación con la silla levantada, y aquello le parecía grotesco y la llenaba de una extraña tristeza. Franz dejó la silla en el suelo y se sentó en ella mirando a Sabina.

-No es que no me agrade ser fuerte-dijo-, pero ¿para qué necesito estos músculos en Ginebra? Los llevo como un adorno. Como unas plumas de pavo real. Nunca en mi vida me he peleado con nadie.

Sabina continuó con su meditación melancólica: ¿y si tuviera un hombre que le diera órdenes? ¿Alguien que quisiera ser su amo? ¿Cuánto tiempo iba a aguantarlo?, ¡Ni siquiera cinco minutos! De lo cual se deduce que no hay hombre que le vaya bien. Ni fuerte ni débil. Dijo:
- ¿Y por qué no utilizas nunca tu fuerza contra mí?
-Porque amar significa renunciar a la fuerza -dijo Franz con suavidad.

Sabina se dio cuenta de dos cosas: en primer lugar, de que aquella frase era hermosa y cierta. En segundo lugar, de que, al pronunciarla, Franz quedaba descalificado para su vida erótica.

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