viernes, 25 de junio de 2010

No soy Naila para ti.

Phélix jamás entendió el sentir de Naila. Hoy sigue sin entenderlo, la diferencia está en que hoy, Naila llora; y llora no por estar sola, sino porque al meditarlo exacerbadamente y de una manera cuasimortal, ha logrado objetivizar a tal grado ese sentimiento; que ésta noche ha podido extraerlo de su mente, lo puede vislumbrar a la lejanía o cercanía con que ella así lo decida, manipularlo, jugar con él... Y en vez de festejarlo... ¡Llora! ¡Naila está vacía!, más vacía que cuando Phélix se marchó de su lado, o ella del suyo.

Es de noche y ella escucha, escucha la nada y también el todo,suenan igual, exactamente igual. Es el sonido del caos mental. Decir que está sin fuerzas, abrumada y con ojeras de la vida está de más, sin embargo lo hago, porque es lo único que puede decirse de ella, sentada,viendo la luna que no se ve, las nubes que hoy no hay, incluso si no fuera por el breve suspiro que hace un par de minutos le escuché, diría que es una mujer al lado de una ventana, ambas sin vida,sin nada por vivir; eso es Naila hoy, un juguete de la vida.

Taciturna y relajada, así era ella antes de conocer a aquel hombre cuya perdición habría trazado su vivir, un "destino" que hace pensar que él maquiavélicamente tenía planeado, un seductor en potencia, o bien podríamos concluir que no se trataba de una relación seductor-seducido, simplemente ¿amor? El amor que cegaba a Naila era parte de ese plan determinista que Phélix había construido y deconstruido una y mil veces. El amor qué él había decidido que se le profanara. No sé, cuando yo vi a Phélix, él no lucía como ese tipo de calamidades antropoformizadas que un día aparecen y son tu sombra el resto de tu vida; pero esa sensación dejó de serlo para convertirse en un hecho. Phélix era así; una calamidad explosiva, egoísta y mortal, pero no por ello insensible... Naila lo descubrió después de la llamada que Phélix le hizo durante estos breves momentos, Phélix no era un monstruo, era un hombre con sentimientos que jamás pudo explicarle a ella, a esa mujer que le dio libertad, caricias, versos y también sentido a sus noches. ¿De qué hablaron? Naila dejó de llorar, pero no por eso ríe...

Vean a Naila, está ahí, embriagándose con otro hombre, despojándose de su ser, de vivir como Naila. Se arrodilla, hace todo lo que le piden, llora y gime, habla y gime, y aún así el goce que podría haber tenido al lado de Phélix, le llega a la mente. Naila, ¿es que no entiendes que el alcohol te ha quitado la ropa, el pasado y tu nombre? Ay, Naila, qué cuentas darás mañana que no estés así.

Hoy, Naila yace como la maldición de Phélix, él la recuerda a cada suspiro, a cada noche, a cada palabra que compartieron juntos. Phélix en cambio, no es la maldición de Naila, la maldición de Naila son los hombres que conoció por Phélix, los hombres de su entrepierna, todos se llaman Phélix, todos son él, todos la hacen gemir, pero ella, ella ya no se llama Naila.

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